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Eduardo J. Tejera ingresará como miembro de número a la Academia Dominicana de la Historia

Fuente: El Nuevo Diario

viernes 27 de enero, 2023.

EL NUEVO DIARIO, SANTO DOMINGO.- El economista e historiador Eduardo J. Tejera será investido como miembro de número a la Academia Dominicana de la Historia, en una ceremonia que tendrá lugar el martes 31 de enero, a partir de las 7 de la noche, informó una nota de la institución.

Durante la ceremonia de investidura, el doctor Tejera pronunciará un discurso sobre los “Orígenes y deterioro de la crisis de la deuda externa en el siglo XIX”. El discurso de recepción estará a cargo del académico José del Castillo.

Él es un reconocido profesional que ha ocupado diferentes cargos en la administración pública y en el sector privado. Ha sido embajador dominicano ante el Gobierno de Canadá, embajador adscrito a la Cancillería, consultor económico en diversas instituciones y miembro de la Junta Monetaria del Banco Central.

Además, es autor de numerosas obras sobre temas históricos nacionales como “La ayuda cubana a la lucha por la Independencia norteamericana”, “Causas de Dos Américas: Modelo de Conquista y Colonización Hispano e Inglés en el Nuevo Mundo”, “El Gobierno de Horacio Vásquez, 1924-1930. Democracia y Desarrollo” y “El Movimiento Nacionalista Dominicano contra la Ocupación Militar Norteamericana, 1916-1924”, entre otros textos especializados en asuntos histórico-económicos.-

Mensaje con motivo del Día de Juan Pablo Duarte.

La nación dominicana conmemora hoy el 210 aniversario del natalicio de Juan Pablo Duarte, ilustre Fundador de la República, prócer independentista de acrisoladas virtudes cívico-patrióticas, merecedor del respeto y admiración de todos los dominicanos.

A su prístino apostolado revolucionario, que recogió la antorcha libertaria de José Núñez de Cáceres, ahogada en su génesis por la ocupación militar haitiana de 1822, se debe la proclamación de un Estado nación “libre e independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia extranjera” con el nombre de República Dominicana.

Juan Pablo Duarte fue, en su época, el más consecuente exponente de las ideas nacionalistas e independentistas derivadas de los principios liberales de las revoluciones norteamericana y francesa de 1776 y 1789, respectivamente. Fue, asimismo, el principal propulsor de la conciencia nacional y permanente defensor de nuestra identidad nacional.

Propugnó la unión de todos los dominicanos, así como la instauración de una república democrática fundamentada en el imperio de la Constitución y las leyes a fin de garantizar plenamente los derechos y libertades públicas de los ciudadanos.

Duarte nunca fue partidario de violentar los procedimientos democráticos para acceder al poder político y dirigir los destinos nacionales. Creyó en la unidad nacional como principio indispensable para evitar que las discordias civiles y las apetencias de poderes foráneas hicieran sucumbir su proyecto independentista.

Recordemos con respeto al Padre de la Patria y preservemos su admirable legado patriótico, porque gracias a su fecunda obra revolucionaria hoy constituimos una comunidad étnica y cultural orgullosa de tener nombre propio, dominicanos, siempre dispuesta a defender la soberanía nacional contra las pretensiones de quienes “sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria.”

Santo Domingo

26 de enero de 2023

Academia Dominicana de la Historia reconoce al Embajador de China, Zhang Run

Santo Domingo, 20 de enero del 2023. El historiador Miguel Reyes Sánchez, secretario de la Academia Dominicana de la Historia, manifestó en su discurso el significado histórico del establecimiento de las relaciones bilaterales y los aportes que han traído estas relaciones. En nombre de dicha academia, hizo entrega de un reconocimiento al embajador Zhang Run en representación de su presidente, Juan Daniel Balcácer, y junto a los ex presidentes de la Academia Frank Moya Pons y José hez Checo. Recíprocamente, el embajador chino regaló sendos ejemplares de una colección de sus artículos y discursos titulada «Será una Relación a Prueba de la Historia».

En esa actividad estuvo presente el Ministro de la Presidencia, Joel Santos, en representación del Presidente Luis Abinader, los ministros García Fermín y Pável Isa, el ex presidente Hipólito Mejía y el viceministro José Julio Gómez, en representación del Ministro de Relaciones Exteriores.

Invitación al acto de ingreso a la Institución como miembro de número de Eduardo J. Tejera. Martes 31 de enero de 2023.

La Academia Dominicana de la Historia se complace en invitar al acto de ingreso a la institución como
miembro de número de Eduardo J. Tejera.

Su discurso versará sobre el tema Orígenes y deterioro de la crisis de la deuda externa en el siglo XIX.
El discurso de recepción será pronunciado por el Lic. José Del Castillo, miembro de número de la Academia.

Se efectuará el martes 31 de enero de 2023. Hora: 7: 00 de la noche.
Lugar: Sala de Conferencias Fr. Cipriano de Utrera O.F.M. Cap., Academia Dominicana de la Historia,
Calle Mercedes núm. 204, Ciudad Colonial de Santo Domingo, República Dominicana.

Mensaje “Día Nacional del Historiador”

La Academia Dominicana de la Historia felicita a todos los miembros de esta corporación y a quienes, por medio de la docencia, investigaciones y publicaciones cultivan el estudio crítico del pasado inspirados en el dictamen de Cicerón según el cual la historia es luz de la verdad y maestra de la vida.

          La efeméride es propicia para recordar y rendir especial tributo a la memoria del historiador nacional José Gabriel García (1834-1910), considerado “Padre de la Historiografía Dominicana” y en cuyo honor fue designado el “Día Nacional del Historiador” mediante el decreto No. 562-20, del 15 de octubre de 2020.

José Gabriel García fue el pionero de los estudios históricos nacionales. Sus obras, particularmente su monumental Compendio de la historia de Santo Domingo, en cuatro tomos, constituyeron la principal fuente en la que abrevó la primera generación de dominicanos después de la Restauración de la República en el siglo XIX.

El historiador García fue el más venerable de los dominicanos vivientes de su época y “una de las glorias más puras y ciertas de la República”, de acuerdo con Américo Lugo. Y en opinión del ilustre humanista Pedro Henríquez Ureña, García fue, además, un “patriota intransigente e historiador fecundo y pacientísimo”, así como el primero que, en su época, se propuso abarcar en una obra de historia nacional todo el pasado y el presente cercano del país.

Su adolescencia transcurrió durante la Primera República (1844-1861), de manera que fue testigo y actor, como militar, de la lucha por la independencia nacional frente a Haití. Luego, durante la guerra restauradora, brindó su respaldo a la causa por el rescate de la República y, finalmente, ya en la etapa madura de su vida, siempre mantuvo su conducta pública en sintonía con sus ideas liberales y democráticas. Durante la Guerra de los Seis años (1868-1874) contra el proyecto de anexión del país a los Estados Unidos, el historiador García combatió con la pluma ese intento fallido por cercenar una vez más la soberanía nacional.

En reconocimiento a sus invaluables aportes, tanto al cultivo de la historia dominicana como a la defensa de los principios liberales y nacionalistas preconizados por Duarte y los trinitarios, José Gabriel García es considerado como uno de los más destacados próceres de la civilidad y de las letras nacionales.

Por tal motivo, cada 13 de enero, día de su natalicio, la posteridad agradecida reconoce su invaluable legado intelectual y patriótico. Sus restos mortales reposan en el Panteón de la Patria, sagrado mausoleo en donde son venerados, junto a los de otros héroes y mártires nacionales, por las generaciones del presente y del porvenir. ¡Loor a su memoria!

Santo Domingo

13 de enero de 2023

Circulará ensayo histórico sobre elecciones de 1994.

Un nuevo ensayo del historiador Bernardo Vega, titulado «Las dolosas elecciones de 1994 y su coincidencia con el embargo contra Haití», será puesto a circular con el auspicio de la Academia Dominicana de la Historia.

El acto  de puesta en circulación tendrá lugar el marte3 27 de septiembre, a las 7 de la noche, en el salón de actos «Fray Cipriano de Utrera» en la sede principal de la institución académica, sita en la calle Mercedes No. 204, de la zona colonial.

La  presentación    de  la  obra  estará  a  cargo  del  politólogo  y diplomático doctor Flavio Darío Espinal, quien es el prologuista del libro.

En este nuevo libro, el historiador Vega examina las interioridades de las elecciones presidenciales de 1994 y la solución pragmática que se acordó a fin de solucionar la crisis política que generó el fraude electoral. Asimismo, el autor aborda, con el apoyo de testimonios de importantes actores directos, el impacto internacional que tuvo la crisis dominicana, que coincidió con el embargo establecido por las Naciones Unidas y la OEA contra Haití.

El historiador Bernardo Vega es autor de 78 libros, la mayoría sobre temas históricos, económicos y arqueológicos. Ha sido presidente de la Academia Dominicana de la Historia y de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Ha impartido docencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.

En el sector público ha desempeñado importantes funciones, como gobernador del Banco Central y embajador de la República Dominicana ante la Casa Blanca, en Washington.

Es el principal ejecutivo de la Fundación Cultural Dominicana, una editora con más de cuarenta años de existencia.

Mensaje de la Academia Dominicana de la Historia con motivo del 178 aniversario de la Independencia Nacional.

     Hace 178 años, el 27 de febrero de 1844, fue proclamada la separación de Haití que desde el año 1822 gobernaba toda la isla de Santo Domingo y cuyas causas están contenidas en el Manifiesto del 16 de Enero de ese año, considerado el Acta de la Independencia nacional. El objetivo fue la creación de un Estado libre, soberano e independiente, denominado República Dominicana, fundamentado en el respeto a la dignidad humana y en la indisoluble unidad nacional alrededor de un territorio y de unos valores culturales, políticos, jurídicos, sociales y económicos, y unos símbolos patrios: la bandera, el escudo y el himno nacional que nos identifican como pueblo.

     Desde que se fundó la República Dominicana nunca, como ahora habíamos enfrentado tantos embates ideológicos desde nuestro propio suelo como del extranjero, en que cuestionan la nacionalidad. Una situación compleja, retadora y peligrosa propiciada por individuos, entidades y naciones, pero los dominicanos siempre hemos tenido ese espíritu de gallardía que nos define como gente luchadora y aguerrida, que sabe hacerse presente en situaciones difíciles o cuando la patria reclama su compromiso.

     Nuestra historia está sellada de hombres y mujeres que han vivido con dignidad y han sabido luchar hasta morir, para defender el honor de su soberanía cuando la patria se lo ha reclamado como lo hicieron Juan Pablo Duarte y los Trinitarios.

     En el devenir de la historia nacional las vicisitudes del pueblo dominicano han estado presentes, enfrentando todo tipo de dificultades que incluye agresiones de potencias europeas y americanas cuyo objetivo tendía a cercenar la soberanía, libertad e independencia, logrando superar cada uno de sus retos y consolidando con tesón, fervor, lealtad y devoción patriótica a la nación y la identidad.

     La Academia Dominicana de la Historia, en este 178 aniversario de la Independencia Nacional, hace votos por la grandeza y el patriotismo del pueblo dominicano, por su aptitud democrática y por su vocación a continuar y reforzar las enseñanzas de los padres de la patria, sólidos cimientos que sostienen la dominicanidad, defendiendo su soberanía y promoviendo la difusión de los valores esenciales que nos identifican como nación.

     Exhortamos a todos los dominicanos a poner en alto, hoy más que nunca, nuestros valores culturales que nos identifican como pueblo y como nación. El amor y el servicio a la patria han de estar por encima de los intereses particulares y grupales.

Santo Domingo, República Dominicana

27 de febrero de 2022

MANIFIESTO DEL 16 DE ENERO DE 1844.

(Causas de la Independencia dominicana)

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LA ATENCIÓN decente y el respeto que se debe a la opinión de todos los hombres y al de las naciones civilizadas; exige que cuando un Pueblo que ha sido unido a otro, quisiere reasumir sus derechos, reivindicarlos, y disolver sus lazos políticos, declare con franqueza y buena fe, las causas que le mueven a su separación, para que no se crea que es la ambición, o el espíritu de novedad que pueda moverle.

Nosotros creemos haber demostrado con una constancia heroica, que los males de un gobierno, deben sufrirse, mientras sean soportables, más bien que hacerse justicia aboliendo las formas; pero cuando una larga serie de injusticias, violaciones y vejámenes, continuando al mismo fin denotan el designio de reducirlo todo al despotismo y a las más absoluta tiranía, toca al sagrado derecho de los pueblos y a su deber, sacudir el yugo de semejante gobierno, y proveer a nuevas garantías; asegurando su estabilidad, y prosperidad futuras. Porque reunidos los hombres en sociedades con el solo fin de conspirar a su conservación, que es la ley suprema, recibieron de la naturaleza el derecho de proponer y solicitar los medios para conseguirle: y por la misma razón, tales principios los autorizan para precaverse de cuanto pueda privarles de ese derecho, luego que la sociedad se encuentra amenazada.

He aquí porque los pueblos de la Parte del Este de la Isla antes Española o de Santo Domingo, usando del suyo, impulsados por veinte y dos años de opresión y oyendo de todas partes los clamores de la patria, han tomado la firme resolución de separarse para siempre de la República Haitiana, y constituirse en estado libre y soberano. Veinte y dos años ha que el Pueblo Dominicano por una de aquellas fatalidades de la suerte, está sufriendo la opresión más ignominiosa…bien sea que su caída dependiese de la ignorancia de su verdadero interés nacional, bien sea porque se dejase arrastrar del torrente de las pasiones individuales, el hecho es que se le impuso un yugo más pasado y degradante que el de su antigua metrópoli. Veinte y dos años ha que destituidos los pueblos de todos sus derechos, se les privó violentamente de aquellos beneficios a que eran acreedores, si se les consideraba como partes agregadas a la República. ¡Y poco faltó para que le hubiesen hecho perder hasta deseo de librarse de tan humillante esclavitud!!!

Cuando en Febrero de 1822, la parte oriental de la Isla cediendo sólo a la fuerza de las circunstancias, no se negó a recibir el ejército del General Boyer, que como amigo traspasó el límite de una y otra parte, no creyeron los Españoles Dominicanos que con tan disimulada perfidia hubiese faltado a las promesas que le sirvieron de pretexto para ocupar los pueblos, y sin las cuales, habría tenido que vencer inmensas dificultades y quizás marchar sobre nuestros cadáveres si la suerte le hubiese favorecido. Ningún Dominicano le recibió entonces, sin dar muestras del deseo de simpatizar con sus nuevos conciudadanos: la parte más sencilla de los pueblos que iba ocupando, saliéndole al encuentro, pensó encontrar en el que acababa de recibir en el Norte el título de pacificador, la protección que tan hipócritamente había prometido. Más a poco, al través del disfraz, que ocultaba las siniestras miras que traía, ¡advirtieron todos que estaban en manos de un opresor, de un tirano fiera!!! ¡Al entrar a la ciudad de Santo Domingo entraron con él de tropel, los desordenes y los vicios! La perfidia, la división, la calumnia, la violencia, la delación, la usurpación, el odio y las personalidades hasta entonces poco comunes en estos inocentes Pueblos. Sus decretos y disposiciones, fueron el principio de la discordia y la señal de la destrucción. Por medio de su sistema desorganizador y maquiavélico, obligó a que emigrasen, las principales y más ricas familias, y con ellas el talento, las riquezas, el comercio y la agricultura: alejó de su consejo y de los principales empleos, a los hombres que hubieran podido representar los derechos de sus conciudadanos, pedir el remedio de los males y manifestar las verdaderas exigencias, de la Patria. En desprecio de todos los principios del derecho público y de gentes, redujo a muchas familias a la indigencia, quitándoles sus propiedades para reunirlas a los dominios de la República, y donarlos a los individuos de la parte Occidental, o vendérselos a muy ínfimos precios. Asoló los campos, despojó las iglesias de sus riquezas, atropelló y ajó con vilipendio a los Ministros de la Religión, les quitó sus rentas y derechos y por su abandono dejó caer en total ruina los edificios Públicos, para que sus mandatarios aprovechasen los despojos y que así saciasen la codicia que consigo traían de Occidente. Más tarde, para dar a sus injusticias una apariencia de legalidad, dictó una ley, para que entrasen en el estado los bienes de los ausentes, cuyos hermanos y parientes inmediatos aún existen sumergidos en la miseria. Todavía no satisfecha su avaricia, con mano sacrílega atento a las propiedades de los hijos del Este; autorizó el hurto y el dolo por la ley de 8 de julio de 1824; prohibió la comunidad de los terrenos comuneros, que en virtud de convenios y por utilidad y necesidad de las familias, se habían conservado desde el descubrimiento de la Isla, para aprovecharlas en favor de su Estado, acabar de arruinar la crianza de animales y empobrecer a una multitud de padres de familia. ¡Poco le importaba! ¡Destruirlo todo, arruinarlo! ¡Este era el objeto de su insaciable codicia! Fecundo en discurrir los males con que debía consumar la obra de nuestra ruina y reducirlo todo a la nada, puso en planta un sistema monetario, que insensiblemente ha ido reduciendo por grados, las familias, los empleados, los comerciantes y la generalidad de los habitantes, a la mayor miseria. Con tales miras propagó el Gobierno Haitiano sus principios corruptores. A influjo de su infernal política desenfrenó las pasiones, suscitó partidos, fraguó planes detractores, estableció el espionaje e introdujo la cizaña y la discordia hasta en el hogar doméstico. Si se pronunciaba en Español contra la tiranía y la opresión se le denunciaba como sospechoso, se le arrastraba a los calabozos, y algunos subieron al cadalso para atemorizar a los otros, y que expirasen de una vez los sentimientos que nos transmitieron nuestros padres. Combatida y perseguida la Patria, no pudo encontrar refugio seguro contra el furor de la tiranía, sino en los pechos de una afligida juventud y de algunas almas puras que supieron ocultar sus sacrosantos principios, para hacer la propaganda, en tiempos más felices y para reanimar con energía a los que yacían en un estado de abatimiento y de sopor. Pasáronse los veinte y un año de la administración pervertidora de Boyer, en cuya época, padecieron los habitantes del Este todas las privaciones que no se pueden enumerar: trató a sus habitantes peor que a un pueblo conquistado a la fuerza: les exprimió el jugo, sacando cuanto beneficio pudo para saciar su codicia y la de los suyos: hizo esclavos en nombre de la libertad; les obligó a pagar una deuda que no habían contraído como los de la parte Occidental, que aprovecharon bienes ajenos; cuando al contrario, a nosotros nos deben ellos, las riquezas que nos han usurpado o malversado. Este era el cuadro triste de esta parte, cuando el 27 de Enero del año pasado, levantaron los Cayos en el Sud de la Isla, el grito de reforma: con la velocidad de un fuego eléctrico se inflamaron los pueblos; se adhirieron a los principios a los principios de un manifiesto de 1.° de septiembre de 1842, y la parte del Este se lisonjeó. ¡Pero en vano! de un porvenir más feliz. ¡A tanto llegó su buena fe!… El comandante Rivier, se proclamó Jefe de ejecución intérprete de la voluntad del pueblo soberano; dictó leyes a su antojo; estableció un gobierno sin ninguna forma legal, sin contar para él, con ninguno de los habitantes de esta parte que ya se había pronunciado en favor de su revolución; recorrió la isla, y en el departamento de Santiago sin fundamentos legales, recordó con pena, las épocas tristes de Toussaint y Dessalines trayendo consigo un monstruoso estado mayor, que desmoralizaba por todas partes: vendió empleos, despojó las iglesias; destruyó las elecciones que los pueblos habían hecho para darse representantes que defendiesen sus derechos, y esto para dejar siempre esta parte en la miseria y en la misma suerte y proporcionarse él candidatos que le elevasen a la Presidencia aunque sin mandato especial de sus comitentes: así fue, amenazó la asamblea constituyente y de extrañas comunicaciones hechas por él al ejército a su mando, resultó presidente de la República… A pretexto de que en esta parte se pensaba en una separación de territorio, por Colombia, llenó los calabozos de Puerto Príncipe de los más ardientes Dominicanos, en cuyos pechos reinaba el amor a la patria, sin otras aspiraciones que las de mejorar de suerte, y que se nos igualase en derechos, y respetasen nuestras personas y propiedades: otros, padres de familia, tuvieron que expatriarse para librarse de las persecuciones que se les hacían. Y cuando calculó realizados sus designios y asegurado el objeto que se había propuesto, les puso en libertad, sin ninguna satisfacción de los agravios ni de los perjuicios recibidos. En nada ha variado nuestra condición: los mismos ultrajes, los mismos tratamientos de la administración anterior, los mismos o mayores impuestos, el mismo sistema monetario sin garantía alguna que labra la ruina de sus pueblos y una constitución mezquina que jamás hará la felicidad del país, ha puesto el sello a la ignominia, privándonos contra el derecho natural hasta de lo único que nos quedaba de Españoles ¡Del idioma natal! y arrimando a un lado nuestra augusta Religión, para que desaparezca de entre nosotros: porque si cuando esa religión del Estado, si cuando estaba protegida, ella y sus ministros, fueron despreciados y vilipendiados, ¿qué no será ahora rodeada de sectarios y de enemigos? La violación de nuestros derechos, costumbres y privilegios, y tantas vejaciones, han despertado en nosotros nuestra posición, nos hacen conocer nuestra servidumbre y abatimiento, y los principios del derecho que rige las naciones deciden la cuestión en favor de nuestra patria, como la decidieron en favor de los Países Bajos contra Felipe II en 1581. Bajo la autoridad de estos principios ¿quién osará vituperar la resolución del pueblo de los Cayos, cuando se levantó contra Boyer y le declaró traidor a la Patria? ¿Y quién osará vituperar la nuestra, declarando la parte del Este de la Isla separada de la República de Haití? Ninguna obligación tenemos para quien no nos da los medios de cumplirla: ningún deber para quien nos priva de nuestros derechos.

Si la parte del Este, se consideraba, como incorporada voluntariamente a la República Haitiana, debía gozar de los mismos beneficios que aquellos a quienes se había unido; y si en virtud de esa unión, estábamos obligados a sostener su integridad, ella lo estaba por su parte a darnos los medios de cumplirla: faltó a ellos, violando nuestros derechos nosotros a la obligación. Si se considera como sujeta a la República, entonces con mayor razón deba gozar sin restricciones de todos los derechos y prerrogativas que se habían pactado o se le habían prometido, y faltando la condición única y necesaria de su sujeción queda libre y enteramente desobligada; y los deberes para consigo misma, la obligan a proveer a su propia conservación por otros medios. Si se considera respecto de la constitución de Haití, 1816, se verá que a más de la originalidad del caso, de dar una constitución bastarda, a un país extraño que ni la necesitaba, ni nombró para discutiría a sus diputados naturales, hay también una usurpación muy escandalosa, porque ni entonces estaban los haitianos en posesión de esta parte, ni antes, cuando los Franceses fueron expulsados de la parte Francesa, la regalaron, ésta, porque no era suya. Por el tratado de Basilea fue cedida esta parte a la Francia, y después restituida o devuelta a la España por la paz de París en cuya virtud fue sancionada la toma de posesión que de ella hicieron los Españoles en 1809 y que duró hasta el 30 de noviembre de 1821 que se separó de la metrópoli. Cuando los hijos de occidente revisaron la constitución en 1816, no pertenecía esta parte ni a Haití, ni a la Francia: el pabellón Español ondeaba en sus fortalezas, en virtud de un derecho perfecto, y de que la Isla de Santo Domingo la llamasen sus naturales, Haití no se sigue, que la parte Occidental que primero se constituyó en estado soberano dándose el nombre de República de Haití, llámase a la parte del Este u oriental, como parte integrante de ella, cuando la 1ra. perteneció a los franceses y la 2da. a los Españoles. Lo que hay de muy cierto es, que si la parte del Este pertenece a una dominación, otra que la de sus propios hijos, sería a la Francia o a la España, y no a la de Haití, pues más derecho tenemos los de Oriente a dominar a los de Occidente, que al contrario, si remontamos a los primeros años del descubrimiento del inmortal Colón. De consiguiente, atendida la suposición sentada, hay una usurpación que no legitima derecho a nadie, en un caso como el nuestro. Si finalmente se considera esta parte como conquistada a la fuerza, la fuerza decidirá la cuestión, si fuese necesaria.

Así es que, considerando que las vejaciones y violencias cometidas en veinte y dos años, contra la parte antes Española, la han reducido a la mayor miseria y completarán su ruina; que el deber de su propia conservación y de su bienestar futuro, la obligan a proveer a su seguridad por medios convenientes, siendo de derecho: (que un pueblo que se ha constituido voluntariamente dependiente de otro, con el fin de lograr su protección, queda libre de sus obligaciones, en el momento que éste le falta aunque sea por imposibilidad del protector). Considerando, que un pueblo que está obligado a obedecer a la fuerza y obedece, hace bien, y que luego que puede resistir y resiste, hace mejor. Considerando, por último, que por la diferencia de costumbres y la rivalidad que existe entre unos y otros jamás habrá perfecta unión ni armonía. Los pueblos de la parte antes Española de la Isla de Santo Domingo, satisfechos de que en veinte y dos años de agregación a la República Haitiana, no han podido sacar ninguna ventaja; antes por el contrario, se han arruinado, se han empobrecido, se han degradado, y han sido tratados del modo más bajo y abyecto, han resuelto separarse para siempre de la República Haitiana, para proveer a su seguridad, y conservación, constituyéndose bajo sus antiguos límites, en un Estado libre y soberano. En el cual, y bajo sus leyes fundamentales, protegerá y garantizará el sistema democrático: la Libertad de los ciudadanos aboliendo para siempre la esclavitud: la igualdad de los derechos civiles y políticos sin atender a la distinciones de origen ni de nacimiento: las propiedades serán inviolables y sagradas: La Religión Católica, Apostólica y Romana será protegida en todo su esplendor como la del Estado; pero ninguno será perseguido ni castigado por sus opiniones religiosas: La libertad de la imprenta será protegida: la responsabilidad de los funcionarios públicos será asegurada: no habrá confiscaciones de bienes por crímenes ni delitos: la instrucción pública será promovida y protegida a expensas del Estado: se reducirán los derechos a lo mínimo posible: habrá un entero olvido de votos y opiniones políticas emitidas hasta esta fecha, con tal que los individuos se adhieran de buena fe al nuevo sistema. Los grados y empleos militares serán conservados bajo las reglas que se establezcan. La agricultura, el comercio, las ciencias y las artes serán igualmente promovidas y protegidas: Lo mismo que el estado de las personas nacidas en nuestro suelo, o la de los extraños que vengan a habitar en él con arreglo a las leyes. Por último se procurará emitir, tan pronto como sea posible, una moneda con una garantía real y verdadera, sin que el público pierda la que tenga del cuño de Haití. Este es el fin que nos proponemos con nuestra separación, y estamos resueltos a dar al mundo entero el espectáculo de un pueblo que se sacrificará en la defensa de sus derechos y que se reducirá a cenizas y a escombros, si sus opresores que se vanaglorian de libres y civilizados, nos quisieren imponer condiciones aún más duras que la muerte. Si contra la razón y la justicia quisieren que transmitamos a nuestros hijos y a la posteridad una esclavitud vergonzosa, entonces, arrostrando todos los peligros, con una firmeza perseverante, juramos solemnemente ante Dios y los hombres, que emplearemos nuestras armas en defensa de nuestra libertad y de nuestros derechos, teniendo confianza en las misericordias del Omnipotente que nos protegerá felizmente, haciendo que nuestros contrarios se inclinen a una reconciliación justa y racional, evitando la efusión de sangre y las calamidades de una guerra espantosa que no provocaremos; pero que será de exterminio si llegare el caso.

¡DOMINICANOS! (Comprendidos bajo este nombre todos los hijos de la parte del Este y los que quieran seguir nuestra suerte) ¡A la unión nos convoca el interés nacional! Por una resolución firme mostrémonos los dignos defensores de la libertad: sacrifiquemos ante las aras de la patria el odio y las personalidades: que el sentimiento del interés público sea el móvil que nos decida por la justa causa de la libertad y de la separación; con ella, no disminuimos la felicidad de la República de occidente, y hacemos la nuestra. Nuestra causa es santa: no nos faltarían recursos, a más de los que tenemos en nuestro propio suelo, porque si fuere necesario emplearemos, los que nos podrían facilitar en tal caso los extranjeros. Dividido el territorio de la República Dominicana en cuatro provincias, a saber Santo Domingo, Santiago o Cibao, Azua desde el límite de Ocoa y Seybo, se compondrá el Gobierno de un cierto número de miembros de cada una de ellas para que así participen proporcionalmente de su soberanía. El Gobierno Provisional se compondrá de una junta compuesta de once miembros electos en el mismo orden. Esta junta reasumirá en sí todos los poderes hasta que se forme la constitución del Estado, y determinará el medio que juzgue más conveniente, para mantener la libertad adquirida, y llamará por último a uno de los más distinguidos patriotas al mando en jefe del ejército, que deba proteger nuestros límites agregándole los subalternos que se necesiten. ¡A la unión Dominicanos! ya que se nos presenta el momento oportuno de Neiba a Samaná, de Azua a Monte Cristi, las opiniones están de acuerdo y no hay Dominicano que no exclame con entusiasmo: SEPARACIÓN, DIOS, PATRIA Y LIBERTAD. Santo Domingo y Enero 16 de 1844 y 1.° de la Patria. Tomás Bobadilla, M. R. Mella, F. Sánchez, M. Jimenes, Feliz Mercenario, José M. Pérez hijo, Juan Arriaga, Carlos Moreno, Ldo. Valverde, Pedro Bonilla, P. de Castro y Castro, Manuel Cabral, Silvano Puyol, José M. Caminero, Mariano Echavarría, Ramón Echavarría, Angel Perdomo, Bernardo Santin, Juan Santin, Pedro Mena, Juan Ruiz, F. Sosa, Manuel Guerrero, W. Guerrero, Tomás Concha, Jacinto Concha, J. N. Ravelo, P. Valverde, Joaquín Puello, Gavino Puello, W. Concha, J. de la Cruz García, J. Pichardo, Pablo Pichardo, Gabrie J. de Luna, Luis Betances, Joaquín Lluveres, Domingo Rodríguez, C. Rodríguez, J.G. Brea, Jacinto Brea, Antonio Brea, Juan Pina, M. Leguisamon, Narciso Sánchez, Antonio Volta, Ignacio Padua, Pedro M. Mena, M. Aybar, José Piñeyro, Ramón Alonso, Hipólito Billini, E. Billini, José Billini, Fermín Gonzáles, P.A. Bobea, Felipe Alfau, A. Alfau, Julián Alfau, D. Rocha, Nicolás Henríquez, Francisco Continos, Tomás Troncoso, Benito Peres, Nicodemo Peres, Francisco Santelises, Santiago Santelises, Juan Barriento, Manuel Antonio Rosas, Ramón González, Juan Álvarez, Félix María Ruiz, José María Leyba, José María Serra, Fernando Serra, Fernando Herrera, Ignacio Bona, Carlos Gaton, Víctor Herrera, Emeterio Arredondo, Carlos Castillo, Joaquín Gomes, Gregorio Contino, Leonardo Contin, José María Silberio, Gregorio Ramires, Carlos García, Manuel Franco, Manuel María Bello, Narciso Carbonell, Manuel Galván, Emil Palmantier, José Ramón Alvares, Diego Hernandes, José María García, Ramón Ocumares, Antonio Moreno, Alejandro Bonilla, Juan Francisco María Acevedo, Teodoro Acosta, Edoit Lagard, Blas Ballejo, Ysidro Abreu, Juan Vicioso, Justiniano Bobea, Nicolás Lugo, Pedro Díaz, Marcos Rojas, Eusebio Puello, Rafael Rodríguez, Román Bidó, Juan Luis Bidó, Miguel Rojos, Jacinto Fabelo, Manuel Castillo, Ildefonso Mella, Juan Puvbert, Manuel Morillo, Juan Ariza, Pedro Pérez, José Valverde, Baltazar Paulino, José Peña, José Nazario Brea, Toribio Villanueva, Villanueva Padre, Narciso Castillo, Eusebio Pereyra, Juan Alvarez, Esteban Roca, Nolasco Brea, Lorenzo Mañón, Manuel de Regla Mota, José Heredia, Francisco Soñé, Damián Ortis, Valentín Sánchez, Pedro Herrera, Rosendo Herrera, Narciso Ramires Peralta, Pedro Santana, Norberto Linares, Ramón Santana, Juan Contrera, Pedro Brea, Tito del Castillo, Bernabé Sandoval, Juan Rodríguez Pacheco, Jacinto de Castro, José Joaquín Bernal, José del Carmen García, Domingo Báez, Francisco Romero, P. Serón.

MENSAJE – 13 de enero de 2022 — “Día Nacional del Historiadorˮ

“Función de la historia y el rol de los historiadores en la sociedad actualˮ

Desde tiempos antiguos la función del historiador fue indagar sobre el pasado de los grupos humanos a fin de explicarlo a las generaciones presentes para su memoria, reflexión y extraer enseñanzas. Los seres humanos nunca pudimos sustraernos de la dimensión temporal en la que se ha tejido desde temprano la cohesión social y el poder de los Estados.

Para los griegos se trataba de la investigación de los hechos reales de los pueblos como colectivos, donde sobresalían como individualidades los héroes y sus contrarios que siempre se enmarcaban en acciones colectivas, por lo que eran amados o detestados por esos conglomerados. De ahí que esta indagación lleva siempre un doble contenido, pues se refiere a lo que pasó efectivamente, que tuvo muchos testigos, y, también, de lo que luego el historiador reconstruye como narración, como historia, mediante la concatenación de hechos en un proceso que trata de remontar a los orígenes y que suele seguirse a través de diversas líneas y huellas hasta el presente del narrador. No es raro que los poderosos intentaran crear sus propias narrativas donde aparecían como héroes, resaltando a estos por encima del grupo humano; los propios Estados propiciaron esas narrativas de reyes y emperadores, como también de señores feudales, el alto clero u otros nobles.

Desde el siglo XIX, no obstante, la historia se transformó en una ciencia social, que definió el pasado de la sociedad humana como su objeto. Este último coincide con su sujeto, pues trata de estudiarse a sí misma en su trayectoria anterior, lo que la hace especial. Para hacerlo cuenta con métodos, guiados por teorías del conocimiento sociohistórico, que orientan la formulación de los problemas sometidos a examen, las posibles hipótesis o respuestas y el reconocimiento de distintos tipos de evidencias en las múltiples fuentes a su disposición, así como de la ayuda de todas las demás ciencias. Esto exige a las personas dedicadas al oficio de la historia a empeñar su máximo esfuerzo para dar con las evidencias que sustentan sus afirmaciones y, más que cualquier otra cosa, a proporcionar explicaciones comprensivas del pasado y del presente, que luego son expuestas en obras de síntesis generales con distintos alcances.

La premisa principal de la ciencia de la historia es que la realidad social constituye una unidad, por lo que todo el devenir humano se halla interrelacionado. Como ciencia la historia realiza una función crítica radicalmente humana, continuamente renovada; aunque por razones prácticas recurre al estudio parcelado de tiempos y territorios correspondientes a diferentes pueblos, naciones o regiones más amplias. Si antes la historia narraba las grandes gestas y tomaba como héroes a sus protagonistas, la ciencia de hoy no puede prescindir de las acciones de la gente común, de sus movilizaciones y protestas, de sus luchas y aspiraciones, más notorias en períodos de cambio, en el contexto de las diversas organizaciones económicas y políticas de las complejas sociedades actuales.

Gracias al esfuerzo capital de José Gabriel García, la historia dominicana surgió en la época que se conformó la ciencia histórica moderna. Por eso justamente se le considera el Padre de la Historiografía Dominicana. Su obra está penetrada del espíritu científico positivista propio de su época, según el cual “la historia se hace con documentos” referidos a los hechos humanos sobresalientes, los cuales tenían a los Estados-Naciones como lugar preferente. En función de esto último dio preeminencia a los hechos políticos en su obra, aunque sin descuidar la cuestión de los orígenes, la cronología y la explicación causal, pese a lo cual la narración en que se enmarcan está sujeta a modelos provenientes del liberalismo nacionalista entonces en boga. La génesis de la conciencia histórica moderna se produjo al mismo tiempo que, como señaló Pedro Henríquez Ureña, se había completado “el proceso de intelección de la idea nacional”, esto es, tras las luchas contra la dictadura de los seis años de Buenaventura Báez, después de la guerra restauradora de la república instalada en 1844; un proceso iniciado en 1821 con la ruptura del pacto colonial con España.

Quien hace historia como ciencia es ante todo alguien que es capaz de indagar, encontrar pistas, indicios, establecer hechos y procesos, trabajar los vestigios y fuentes del pasado, organizarlos en periodos cronológicos y analizarlos, conforme a teorías y métodos de estudio a fin de proponerlas a sus contemporáneos como síntesis explicativas para la comprensión significativa del pasado, que por lo mismo invita a la reflexión. Pero el historiador no trabaja solo por más que lo haga desde su taller y su parcela. Todo el ingente saber histórico está disponible y es su responsabilidad conocer una parte importante de su campo de estudio, como indispensable cultura básica. Se trata de evaluaciones razonadas, que buscan el origen y desarrollo de los fenómenos y procesos que expone, sin ocultar los saltos o vacíos que deja, de modo que conduzcan al conocimiento crítico y no autocomplaciente. Un razonamiento tal depende de dos actitudes clave del historiador: “un honesto y profundo sentido humano” (María Ugarte) y de un sincero “amor a la verdad histórica” (Vetilio Alfau Durán) de las sociedades, sin omisiones ni manipulaciones que la desvirtúen.

La historia enseña a pensar el presente a profundidad por la perspectiva histórica de desarrollo humano que nos aporta: una dimensión temporal concreta que se dirige a los orígenes, que nos llama a tomar con gravedad el presente y a reflexionar sobre la posibilidad de empujar hacia el futuro por caminos cada vez más humanos: de justicia y equidad social, de igualdad y libertad responsable, de respeto a los derechos humanos y cuidado del mundo en que vivimos.

Santo Domingo, República Dominicana.

13 de enero de 2022.

13 de enero “Día Nacional del Historiadorˮ

¿Qué es un historiador?

1. «El historiador es un fabricante de relatos con los que pretende representar y reconstruir el pasado a partir de objetos y demás fragmentos de la memoria social considerados como documentos».

Frank Moya Pons, historiador dominicano.

2. «Historiador implica profesionalidad en el conocimiento de la evolución de la humanidad en el tiempo a base de métodos especializados».

Roberto Cassá, historiador dominicano.

3. «Es un científico social que se consagra al estudio de la Historia. Y para dar con la verdad de los hechos y las ideas, utiliza teorías y se sujeta a procedimientos metodológicos».

Fernando Pérez Memén, historiador dominicano.

4. «Un historiador debe ser un ser humano que con sinceridad se dedica a escudriñar el pasado de sus congéneres para ver algo de la razón de por qué el presente es como es. Si además de eso, logra un método de seguir investigando otros tiempos y lugares, estará en el camino de descubrir la finalidad de la habrá descubierto también una historia duradera».

José Luis Sáez, historiador dominicano.

5. «La base de un historiador condensa la atención en el pasado, el presente y el porvenir de una época de una nación. El quehacer vital fecunda en ideas, con datos sobresalientes y de completa complejidad social, y convierte a la historia en una “normaˮ. Puede decirse que es la memoria de todos los integrantes de la sociedad; ella adopta el carácter cronológico de la vida, y por eso se pueden presentar los hechos en la variabilidad humana, casi infinita».

Wilfredo Mora, antropólogo dominican

6. «El historiador es necesariamente selectivo. La creencia en un núcleo óseo de hechos históricos existentes objetivamente y con independencia de la interpretación del historiador es una falacia absurda, pero dificilísima de desarraigar».

Edward Hallett Carr, historiador británico ¿Qué es la historia? Barcelona, Editorial Ariel, 1984, p. 16

7. «La función del historiador no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensión del presente».

Edward Hallett Carr, historiador británico ¿Qué es la historia? Barcelona, Editorial Ariel, 1984, p. 34.

8. «Antes de estudiar la historia, estúdiese el historiador (…). Antes de estudiar al historiador, estúdiese su ambiente histórico y social. El historiador, siendo él un individuo, es asimismo producto de la historia y de la sociedad; y desde este doble punto de vista tiene el estudioso de la historia que aprender a analizarle».

Edward Hallett Carr, historiador británico ¿Qué es la historia? Barcelona, Editorial Ariel, 1984, p. 58

9. «El historiador serio es aquel que reconoce el carácter históricamente condicionado de todos los valores, y no quien reclama para sus propios valores una objetividad más ala del alcance de la historia. Las convicciones que abrigamos y los puntos de referencia de que partimos en nuestros juicios son parte de la historia, y son tan susceptibles de investigación histórica como cualquier otro aspecto de la conducta humana».

Edward Hallett Carr, historiador británico ¿Qué es la historia? Barcelona, Editorial Ariel, 1984, p. 113

10. «El historiador (….), pregunta continuamente, ¿Por qué?; y mientras espera poder dar una contestación, no hay descanso para él. El gran historiador (…) es el hombre que plantea la pregunta: ¿Por qué? acerca de cosas nuevas o en contextos nuevos».

Edward Hallett Carr, historiador británico ¿Qué es la historia? Barcelona, Editorial Ariel, 1984, p. 117

11. «Así que los historiadores deben leer y deben saber qué leer; ese conocimiento, ese interés y, sí, ese apetito, no solo les enriquecerá la mente, sino que servirá de guía e inspiración a lo que escriban. En la larga y triste historia de la humanidad se ha sabido de algunos poetas y escritores geniales que leían poco. Pero ¿de buenos historiadores».

John Lukacs, historiador estadounidense. “El futuro de la Historiaˮ. Madrid, Ministerio de Cultura, 2011.p. 88)

12. «El historiador, como el novelista, cuenta una historia; la historia de un trocito del pasado; el historiador describe (más que “define”). El novelista lo tiene más fácil: puede inventarse personas que no existieron y hechos que no sucedieron. Eso no está al alance del historiador, que no puede describir ni personas ni sucesos que no existieran: debe limitarse a los hombres y mujeres que vivieron de verdad. Debe apoyarse en las pruebas de sus actos y de sus palabras aunque, como el novelista, se vea obligado a hacer ciertas conjeturas sobre lo que pensaban».

John Lukacs, historiador estadounidense. “El futuro de la Historiaˮ. Madrid, Ministerio de Cultura, 2011.p. 10

13. «El historiador, al examinar su presente, suele plantearle preguntas concretas. Trata de explicar tal o cual característica de su situación que le importa especialmente, porque su comprensión permitirá orientar la vida en la realización de un propósito concreto. Entonces, al interés general por conocer se añade un interés particular que depende de la situación concreta del historiador».

Luis Villoro, filósofo y ensayista mexicano. “El sentido de la Historiaˮ (1980).

14. «El historiador se empeña en probar que su interpretación está de acuerdo con los documentos. La verdad de la proposición conduce a la conformidad del relato con los acontecimientos. O bien se trata de una relación general, y así interviene la causalidad, mas solo con el fin de confirmar la regularidad (la estadística basta para la covariaciones en el interior de una sociedad dada; las comparaciones metódicas se imponen para los encadenamientos frecuentes o necesarios, de generalidad mayor). En otros términos, la correspondencia con los hechos permanece indispensable para todo juicio científico, puesto que constituye el principio y la garantía de verdad».

Raymond Aron, filósofo, sociólogo y politólogo francés. (1905-1983).

15. «Los historiadores no deben confundir en efecto, como han hecho muchas veces hasta ahora, la idea de mundialización con la de uniformización. Hay dos etapas en la globalización: la primera consiste en la comunicación y en vincular a las regiones y civilizaciones que se desconocían; la segunda es un fenómeno de absorción, de fusión. Hasta hoy la humanidad solo ha conocido la primera de esas dos etapas. La periodización es, por tanto, un campo mayor de investigación y reflexión para los historiadores contemporáneos. Gracias a ella se entiende la forma en que se organiza y evoluciona la humanidad, en la duración y el tiempo».

Jacques Le Goff, historiador francés. ¿“Realmente es necesario cortar la historia en rebanadasˮ? (2016).

16. «Esos historiadores que saben hacer su trabajo nos hacen vivir como si estuviéramos allí, ya digo. Escriben con la obligación de decir la verdad y de hacerlo verosímilmente. Son los suyos libros que nos instruyen. Nos gusta leerlos con la satisfacción que procura una precisa y efectiva prosa, una escritura erudita con personajes creíbles y situaciones bien reales. Los historiadores han de abordar sus asuntos como si sus lectores no tuvieran interés alguno en el objeto relatado. Deben captarlos y retenerlos. Los historiadores han de presentar sus obras como si sus destinatarios carecieran de información previa. ¿Para qué? ¿Para tomarlos por ignorantes? No, por descontado, deben hacerlo así para no dar nada por supuesto y sabido. Es decir, han de explicarse. Hay que explicarse bien, incluso requetebién, con solvencia y contundencia. Debemos tener una gran capacidad de saber lo que es un archivo, debemos saber qué hay detrás de un legajo, de un expediente; qué hay detrás de la acción y la postura, de la representación, de la actuación y de la naturalidad real o impostada».

Justo Serna, catedrático español “El pasado no existeˮ (2016).

17. «Pero el historiador debe saber comunicar, transmitir, apasionarse con lo que dice y escribe. Nada nos puede resultar indiferente. La historia no se reduce a saber de experto. Ahora bien, los historiadores no quieren que su disciplina sea confundida con la ficción, con un género literario que inventa, que fabula. Lo que en un novelista es cualidad ˗ el genio y la fantasía˗, en un historiador es una grave licencia, una arbitrariedad y hasta deshonestidad».

Justo Serna, catedrático español “El pasado no existeˮ (2016)

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